
El misterio alrededor de LUX no ha durado mucho. A menos de un mes de su lanzamiento oficial, previsto para el 7 de noviembre, el tracklist completo del nuevo álbum de Rosalía apareció en varias páginas de tiendas oficiales que, por error, publicaron los títulos antes de tiempo. La filtración se propagó en cuestión de minutos, confirmando lo que muchos intuían: el proyecto está estructurado en cuatro movimientos y dieciocho canciones, con tres temas exclusivos en formato físico.
Esto es otra piedra, que tras el reveal por adelantado de la portada del álbum en los billboard de otras ciudades ahora ve como se «revela» el nombre de las canciones.
El tracklist quedaría así:
MOV I
1. Sexo, Violencia y Llantas
2. Reliquia
3. Divinize
4. Porcelana
5. Mío Cristo
MOV II
6. Berghain
7. La Perla
8. Mundo Nuevo
9. De Madrugá
MOV III
10. Dios Es Un Stalker
11. La Yugular
12. Focu ‘ranni’ [Exclusive]
13. Sauvignon Blanc
14. Jeanne [Exclusive]
MOV IV
15. Novia Robot [Exclusive]
16. La Rumba del Perdón
17. Memória
18. Magnolias

El álbum, descrito como una “obra monumental” grabada con la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la dirección de Daníel Bjarnason, cuenta entre sus colaboradores con Björk, Carminho, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz, Yahritza, Yves Tumor, la Escolania de Montserrat y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana.
DEL ALTAR AL ESCENARIO
En redes, la filtración ha reactivado el eterno debate sobre la relación de Rosalía con lo religioso. Algunos interpretan los títulos como una apropiación simbólica de la Iglesia; otros, como la continuación de un lenguaje propio que la artista lleva desarrollando desde hace años.
La verdad está más cerca de lo segundo. El Mal Querer (2018) ya transformó un texto medieval en un relato contemporáneo sobre la culpa, la redención y el poder dentro del amor. Cada capítulo se leía como una liturgia: “Preso”, “Pienso en tu mirá”, “Di mi nombre”… eran piezas de un ritual emocional. En aquel momento, Rosalía se presentó como una compositora de fe artística, no religiosa.
Con Motomami (2022), ese discurso evolucionó hacia el cuerpo. Lo espiritual se volvió carnal. “Primero es Dios”, decía en una de sus frases más citadas, pero el dogma se mezclaba con la afirmación de identidad: “Motomami soy yo misma”. Era el tránsito del rezo al yo, del altar a la piel.
En LUX, según se desprende de los títulos, esa dualidad entre fe y deseo parece llegar a su punto máximo. El disco se concibe como una misa electrónica, una sinfonía pop donde lo divino ya no está arriba, sino dentro.
UNA OBRA TOTAL ENTRE LO MÍSTICO Y LO HUMANO
El uso de movimientos en lugar de secciones sugiere una estructura más cercana a la música clásica o la ópera contemporánea que a un álbum de pop convencional. La colaboración con Bjarnason —figura clave en la música sinfónica islandesa— apunta a un enfoque cinematográfico y expansivo, donde los arreglos orquestales y los coros femeninos se entrelazan con la voz de Rosalía como eje narrativo.
Si El Mal Querer fue una tesis sobre el poder y Motomami una celebración del yo, LUX parece proponerse como un acto de trascendencia. La artista se mueve entre la confesión y la iluminación, entre lo humano y lo divino, construyendo un espacio donde el pop se convierte en rito.
Los títulos lo dejan claro: Dios Es Un Stalker, La Rumba del Perdón o Mío Cristo no son ironías, sino metáforas de una búsqueda estética y espiritual. En su universo, la fe no es doctrina: es emoción amplificada.
EL SONIDO DE UNA EVOLUCIÓN
Rosalía ya no busca romper con su pasado: lo está cerrando. LUX suena —al menos en concepto— como el final natural de una trilogía artística que comenzó con el sacrificio, siguió con la liberación y ahora desemboca en la revelación.
Su evolución no consiste en abandonar lo pop, sino en trascenderlo, reescribiendo las reglas de la música comercial desde la composición, la estética y la idea misma de “álbum”. Lo que en otros artistas sería un cambio de era, en ella es un paso lógico en su desarrollo espiritual como creadora.
El 7 de noviembre no solo llega un nuevo disco: llega una nueva liturgia cultural.
Y esta vez, la misa no se escucha: se siente.
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