Rosalía se confiesa en ‘Berghain’ —y no hay absolución posible

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Rosalía vuelve, pero no con el ruido que esperabas. Berghain —primer adelanto de su próximo álbum Lux— no busca el hit inmediato ni el meme viral. Es una pieza orquestal y casi litúrgica que se siente más como un ritual que como una canción. Y sí, tiene a Björk y Yves Tumor de invitados, pero la verdadera colaboración es entre lo sagrado y lo profano.

El templo del techno convertido en confesionario

El título no es casual: Berghain es el club más legendario (y hermético) de Berlín. Un lugar donde la identidad se disuelve entre cuerpos, luces y pulsos electrónicos. Rosalía lo toma como metáfora —no como escenario literal— para hablar de lo que hay detrás del deseo y la culpa. El videoclip lo confirma: animales, símbolos religiosos, sangre, pureza y oscuridad. Todo parece una misa pagana coreografiada por la London Symphony Orchestra.

No es la primera vez que el pop coquetea con lo divino, pero pocas artistas lo hacen desde un espacio tan intermedio: ni performance conceptual al estilo Björk, ni videoclip comercial. Es Rosalía construyendo su propio altar entre ambos mundos.

Un salto (casi) sin red

Si Motomami fue su álbum más humano —imperfección, ironía, ego—, Berghain apunta hacia lo místico. Es un movimiento lógico, pero arriesgado: la base fan más urbana puede sentirlo como una desconexión. La producción orquestal, los versos en alemán y el dramatismo visual apuestan por una forma de arte total que exige más escucha que disfrute inmediato.

El resultado es tan ambicioso como irregular. Hay momentos brillantes —cuando su voz se eleva sobre los coros o cuando Björk entra como si invocara tormentas—, pero también cierta distancia emocional. Es posible admirar Berghain sin necesariamente “sentirla”.

¿Innovación o déjà vu de alta cultura?

La referencia al club berlinés y el lenguaje visual de cuerpos, pecado y redención ya son clichés del arte contemporáneo. Pero Rosalía lo recontextualiza dentro del mainstream latino, y ahí radica su mérito: introduce un imaginario estético más europeo, más filosófico, en una escena dominada por el algoritmo. No está inventando nada nuevo, pero lo traduce con precisión quirúrgica a su propio código.

En una época donde la industria busca el siguiente hit viral, Rosalía propone el siguiente manifiesto visual. Y eso, aunque no guste a todos, sigue siendo una forma de rebeldía.

Análisis: del pecado al espejo

Berghain habla de mirar hacia adentro, aunque el reflejo no siempre guste. La letra juega con la dualidad entre cuerpo y espíritu, deseo y redención, instinto y conciencia. Rosalía canta en tres idiomas (español, inglés y alemán) como si cada lengua representara una capa distinta del alma.

El alemán suena casi demoníaco, el inglés es racional y el español funciona como confesión íntima. Esa mezcla no es casual: construye una identidad fragmentada que refleja la experiencia moderna —donde el yo es un collage entre fe, trauma y proyección pública.

Los animales en el videoclip refuerzan esa lectura: no representan lo salvaje, sino lo natural. Lo que la sociedad domestica o castiga. En Berghain, Rosalía no se presenta como santa ni pecadora, sino como alguien que se sabe ambas cosas. La redención no llega con luz, sino con aceptación.

El lujo no es el oro: es el riesgo

El disco se llama LUX,Berghain funciona como su prólogo. Una exploración sobre la luz —no como iluminación divina, sino como exposición mediática. Rosalía parece preguntarse qué queda del alma cuando todo se convierte en performance. Y, por primera vez, el espectáculo no está hecho para gustar, sino para incomodar.

Quizá eso sea lo más valiente que puede hacer una artista pop hoy.

Michaels Mads
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