Cuando vestir como una monja se convierte en un acto de rebeldía

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Hay algo curioso en cómo se decide cuándo una artista puede estar conectada con su fe y cómo debe mostrarla a través de su arte. Basta con que una figura femenina como Rosalía se atreva a aparecer con un rosario o con el hábito religioso para que las redes se incendien mostrando rechazo a un supuesto auge de la extrema derecha y el conservadurismo.
Pero detrás de toda esta polémica la pregunta que deberíamos hacernos es por qué se necesita control sobre lo que el arte significa y por qué lo religioso sigue siendo un terreno tan incómodo cuando aparece en el arte.

La música y la religión siempre han estado conectadas como dos formas distintas de buscar lo mismo. Lo que trasciende. Lo que no se puede explicar y escapa cualquier definición. La música se alimenta del mismo deseo que mueve las plegarias. Convertir la emoción en voz. Rozar aunque sea por un instante esa sensación de que existe algo más grande que no se entiende del todo. Conmover, cuestionar y conectar con algo que va más allá de lo tangible.

En la actualidad, artistas como Yung Beef o Metrika se han pronunciado abiertamente con respecto al satanismo, cuestionando las estructuras sociales y morales que nos rodean. Similarmente nos encontramos con propuestas que beben de la iconografía egipcia y la mitología. Pero ¿por qué sentimos rechazo cuando se trata del cristianismo? Vivimos en una confusión constante entre la fe y la defensa de su institución aunque no sea lo mismo. Reaccionamos con desconfianza. Tal vez porque es la religión más arraigada a nuestra cultura. Es la moral con la que crecimos. La que nos enseñó la culpa. Y tocarla es tocar una herida que aún sigue abierta.

Creer sigue siendo el acto más radical

El verdadero peligro no está en la religión sino en el miedo con que la miramos. En esa obsesión por controlar un relato y dictar qué significados son válidos y cuáles no. Pretender que una obra tenga una sola lectura es olvidar que el arte existe precisamente para contradecirnos. Que la religión también lo hace. Olvidamos que la música fue la primera forma de oración. La pregunta real no es si la música se está convirtiendo en un espacio de apropiación y blanqueamiento sino por qué asumimos que hablar de la fe implica alinearse con una ideología concreta.

«Apropiación» es una palabra poderosa y necesaria. Señala cuando se mercantiliza con símbolos, descontextualizándolos y vaciándolos de sentido. Hay contextos en los que la apropiación puede reproducir jerarquías. El problema surge cuando la crítica se queda en un discurso reciclado y no analiza cómo, quién y con qué intenciones se usan esos signos. Negarle a una artista esta posibilidad es una forma de censura. La misma que se le achaca históricamente a la Iglesia. El error está en la generalización. En juzgar antes de comprender. Especialmente cuando lo que criticamos es un trabajo que aún no ha salido a la luz.

La fe es el poder de sentir sin entender

En una de sus últimas entrevistas para el podcast Radio Noia, Rosalía reflexiona que el verdadero lujo no es poseer sino desprenderse. «Me he pasado toda la vida con esta sensación de vacío… A veces te confundes pensando que algo material, una experiencia o una relación romántica puede llenarlo. A lo mejor estamos confundiendo este espacio. Será que este espacio es el espacio de Dios, el de una divinidad. Igual Dios es el único que lo puede llenar.»

En estas declaraciones encontramos la verdadera búsqueda de LUX. No se trata de la fe entendida como una creencia ciega sino como un ejercicio de escucha interior. Es un intento de mirar de frente al vacío y preguntarte qué queda cuando no hay nada. De aceptar que existe un vacío que nadie ni nada puede satisfacer. Uno que ningún logro, experiencia o amor terminará de saciar nunca. Porque tal vez creer no es otra cosa que seguir buscando aunque no se encuentre nada. Tal vez esta “deriva” no es una huida hacia lo religioso sino un intento de volver a lo esencial. La verdadera búsqueda de LUX no tiene que ver con lo visible sino de reconectar con lo que queda cuando todo se apaga. Y desde esa oscuridad encontrar la verdadera luz.

La evolución espiritual de Rosalía

Afirmar que Rosalía ahora “vaya de cristiana” revela más desconocimiento que sorpresa. Muchos parecen no haber prestado atención al lugar que la fe ha ocupado siempre en sus obras. Aunque nunca se haya declarado abiertamente practicante, su relación con la fe ha sido constante, íntima y profundamente personal.

La artista caminó el Camino de Santiago para pedirle al apóstol ayuda en cumplir su sueño de dedicarse a la música y de su abuela heredó la costumbre de rezar el padrenuestro antes de dormir. En la parte final de G3 N15 aparece un corte de voz hablándole a su nieta en catalán. «Buenos días, amor mío. Me gusta pensar que en momentos difíciles siempre ayuda muchísimo tener una referencia a Dios. En primer lugar diría que siempre está Dios. Y luego, la familia. La familia es tan importante, cariño. La familia siempre es importante». 

Desde Los Ángeles, Rosalía ya reinterpretaba cantes tradicionales sobre la muerte y el duelo a modo de oración. Donde el amor se confunde con devoción y el sacrificio con ofrenda. El Mal Querer es una historia de amor, poder y redención. Un viaje del dolor a la liberación. Con Motomami, esa búsqueda se convierte en fe llena de contradicciones donde se transforma, reza y se empodera mostrando su vulnerabilidad. El propio título del disco fusiona lo terrenal con la figura maternal y creadora.

Si Motomami fue la transformación del yo, LUX promete ser la confrontación con todo lo establecido. Ya no se trata de crear una identidad sino de buscar sentido. Una espiritualidad más radical, sincera y desnuda.

© EFE (Juanjo Martín)

LUX no es religión, es revelación

Lo poco que se conoce de LUX apunta justo en la dirección contraria a lo que se le critica. La contraportada del disco ya lo deja claro. Un cuerpo desnudo en forma de cruz evocando a Jesucristo y pura desnudez. Dentro del disco, Rosalía también referencia a dos figuras femeninas. Simone Weil, filósofa de familia agnóstica y origen judío, que se acercó al cristianismo pero rechazó el bautismo y unirse oficialmente a la Iglesia. Rabia Al Adawiyya, mística sufí y madre de la espiritualidad islámica que concebía el amor divino como una forma de rebeldía silenciosa contra el poder y el miedo. Para ambas la fe estaba directamente relacionada con el pensamiento. Entendieron que creer no es repetir lo aprendido sino pensar, sentir y buscar desde la propia experiencia.

Fuente: Web oficial de Rosalía

También se rumorea que LUX incluirá canciones en varios idiomas. Entre ellos latín, alemán, inglés y árabe. Este gesto va más allá de la experimentación. Es una forma de traducir la espiritualidad en un idioma universal. De mostrar que lo sagrado no pertenece a una sola lengua ni a una tradición concreta. La fe es una experiencia plural.

Otro detalle que no se está mencionando es que LUX no nace de la estrategia sino de un proceso de investigación. Es el resultado de una idea que Rosalía viene gestando desde 2014. Más que promocionar, Rosalía está educando a su público. Comparte lecturas, partituras y reflexiones sobre la historia de la música y referencias filosóficas. Invita a sus seguidores a estudiar, a escuchar con atención. A pensar. Y esto no tiene nada de propaganda sino de compromiso con la cultura. No es una artista blanca más que ignora y desconoce estas referencias. Las estudia, las comprende y decide crear más allá de ellas.

Fuente: Instagram de Rosalía

Cuando la coherencia mata al arte

En definitiva, el problema no es que una artista use la religión dentro de su arte. El problema es que ahora todo se lee desde el juicio. Se exige moral absoluta y literalidad como si la identidad artística fuera una declaración de coherencia. Quizás no deberíamos elegir entre arte o religión sino entender que la música es la forma más pura de fe. Y tal vez lo verdaderamente trascendental es que en un mundo que ha perdido casi toda fe, conectar al escuchar una nota sigue siendo lo más parecido a un milagro que nos queda. El problema no es que las artistas se vistan de vírgenes. Es que algunos necesitan sus santas para odiarlas.

Fuente: Instagram de Rosalía
Aina Martín Merino
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